Más de tres décadas de investigación turística en México: Algunas reflexiones / More than three decades of tourism research in Mexico: Some reflections
DOI: https://doi.org/10.47557/RIEX6572
Daniel Hiernaux-Nicolas
danielhiernaux@gmail.com
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Universidad Autónoma de Querétaro
Fecha de recepción: 28 de septiembre de 2017.
Fecha de aceptación: 31 de octubre de 2017.
Hiernaux-Nicolas, D. (2018). Más de tres décadas de investigación turística en México: Algunas reflexiones. Dimensiones Turísticas, 2(2), 123-132. https://doi.org/10.47557/RIEX6572
Nota crítica/Essay
Más de tres décadas de investigación turística en México: Algunas reflexiones / More than three decades of tourism research in Mexico: Some reflections
Dice el tango que “veinte años no son nada”; pero también un sabio refrán recuerda que “no es lo mismo Los tres mosqueteros que veinte años después”; y cuando estamos hablando de 40 años, la situación se torna aún más escabrosa. Nuestra intención en este texto es hacer un poco de historia sobre la investigación turística en México, desde una perspectiva sui géneris: la propia. Ello implica carencias pero a la vez vivencias particulares, posiblemente también una cierta dificultad para tomar una posición de investigador “neutral” frente a lo vivido. A pesar de eso, se considera que la oportunidad de escribir este texto debía ser aprovechada para verter aquellos comentarios que derivan de esa experiencia personal.
Cabe aclarar que varios investigadores se han dedicado al rescate de la trayectoria histórica del turismo en México (particularmente Jiménez, 1993); estos trabajos son esenciales porque dan cuenta pormenorizada de la evolución del mismo, y dan luces sobre la investigación del turismo a partir de las fuentes que analizan en sus obras. En este sentido, ambas formas de atender la investigación turística pueden sumarse para ofrecer una visión más integral.
Un poco de historia
Todas las voces autorizadas coinciden en señalar que los inicios de la investigación turística en México fueron complicados. No es para menos: el modelo turístico que se propuso desde la esfera pública y el capital no fue concebido como un proyecto nacional sino como una oportunidad para insertar una nueva modernidad muy “americana” en el México aún bastante tradicional de los años cincuenta.
Fue esencialmente, como lo demostraron más adelante varios investigadores, una manera de expandir la esfera de acumulación, ofreciendo al capital nuevos campos de desarrollo (todos los servicios susceptibles de ser prestados al turista) y, a la vez, nuevos espacios para desarrollarse. Usamos “nuevos espacios” ya que, con sendas excepciones, se trató de impulsar el turismo en ámbitos territoriales nuevos, solo ocupados por escasa población local, con frecuencia incapaz de reaccionar frente a ese modelo innovador pero al mismo tiempo perverso para sus intereses.
Desde la visión analítica de las ciencias sociales, era evidente que este modelo iba a generar conflictos, desposesión, nueva pobreza, aun si se pregonaba que iba a inducir riqueza nacional y local, por la generación de empleos, la captación de divisas y el desarrollo regional, trilogía de objetivos que constituyen, todavía en el discurso actual, la esencia de la maná turística.
Quien pretendía realizar investigación sobre el turismo en esos tiempos pretéritos se topaba con la escasez de materiales académicos: recordamos, con mucha admiración para quienes llevaron a cabo semejante esfuerzo en ese entonces, las obras de Eugenio MacDonald (1981), Octavio Moreno Toscano (1971), y algunos trabajos extremadamente críticos de Francisco Gomezjara (1974), quien no dudó en analizar, con una posición marxista radical (desde la tradición trostkista), la transformación de la Costa Grande de Guerrero, tanto por la intromisión de la Colgate-Palmolive en el ámbito agrícola (por la producción de palma de coco cuyo aceite era esencial para la elaboración de sus productos), como por los efectos drásticos que estaban provocando el crecimiento álgido de Acapulco.
Con excepción de este conjunto de trabajos, la producción académica nacional era exigua, toda vez que a las editoriales o bien no les interesaba el tema o preferían publicar materiales para mercado amplio, es decir, libros de texto esencialmente, dirigidos a las escuelas de turismo que empezaron a proliferar a la par del crecimiento de la actividad. Con la mención necesaria de que las mismas mostraban un perfil “utilitario”, esto es, que estaban destinadas a formar a los empleados de nivel bajo y medio bajo que podían operar las empresas turísticas fueran nacionales o transnacionales. Desde su creación, por Decreto Presidencial en 1978, el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep) se planteó formar mandos medios para el turismo, sin mucho éxito, porque los puestos correspondientes no se reclutaban en ese modelo educativo.
Vale la pena evidenciar una “anomalía” sustancial en lo antes subrayado: la editorial Trillas, gracias a la iniciativa y a la inclinación por el tema de un editor de nacionalidad salvadoreña refugiado en México, dio espacio a la publicación de varios libros del mayor interés: obras de Roberto Boullón, Miguel Ángel Acerenza, Manuel Rodríguez Woog, Sergio Molina y Fabio Cárdenas, entre otros (véanse las fuentes consultadas al final), quienes pueden considerarse como los primeros investigadores profesionales con un tinte académico muy fuerte y dedicados intensamente a la investigación turística.
A la par, como si fueran materiales subversivos que esconder de las autoridades, se podía acceder eventualmente a las obras de Valene Smith (1992) y Dean MacCannell (1976) desde Estados Unidos, así como de Julio Aramberri (1983), Mario Gaviria (1974) y Rafael Esteve Secall (1983) desde España. La circulación de las obras francófonas resultó más compleja por el idioma no tan difundido como el inglés en esa época. La mayoría de estos textos se podía tener solo en fotocopias por la falta de circulación de obras internacionales en México, situación que duró hasta bien avanzada la década de los ochenta.
El contexto universitario y los inicios difíciles de la investigación en turismo
Para un sano desarrollo de la investigación académica, un contexto universitario positivo es una variable clave. Sin embargo, me he referido hasta ahora al periodo de fines de los setenta e inicios de los ochenta, cuando el estructuralo-marxismo de cuño althusseriano tenía un peso inaudito en América Latina, y me atrevería a afirmar particularmente en nuestro país, en gran medida por la fuerte presencia de las editoriales mexicanas, entre ellas Siglo XXI, formada después de la renuncia forzada de Arnaldo Orfila Reynal de la dirección del Fondo de Cultura Económica por haber tenido la “osadía” de publicar la obra de Oscar Lewis que evidenciaba las fallas del modelo mexicano y la pobreza de buena parte de la población.
Un libro como Los conceptos fundamentales del materialismo histórico, de la chilena Marta Harnecker, publicado por primera vez por Siglo XXI en 1968, tuvo un destacado éxito entre los jóvenes. El turismo no se consideraba como un tema de importancia; antes bien, se puede aseverar que era un tema prohibido, porque la investigación marxista debía orientarse –según los dogmas vigentes entonces– a analizar la producción más que la reproducción de la fuerza de trabajo, así como el proletariado (y apenas el sub o lumpen proletariado) y obvio que no o casi nunca las clases medias y menos los capitalistas. Una excepción notable: Francisco Gomezjara tuvo la audacia de introducirse al tema, ya que le interesaban definitivamente los procesos que afectaban al estado de Guerrero y su capital económica, Acapulco, y no podía eludir la presencia del turismo (véase Gomezjara, 1974); sin embargo, fue un caso muy específico y no cundió mucho su ejemplo.
En semejante contexto y desde las ciencias sociales, estudiar el turismo era como colocarse fuera de la norma, marginarse de la corriente o las corrientes dominantes y, en buena medida, marginarse personalmente. Pocos se atrevieron, aun si algunos investigadores mostraron incidentalmente interés en la cuestión del ocio, turismo y tiempo libre, como Juan Manuel Ramírez Saiz o María Teresa Rodríguez, ambos adscritos a la Universidad Autónoma Metropolitana en su campus de Xochimilco. Vale destacar la obra de Ana García sobre Cancún, pionera de los estudios geográficos sobre el turismo, y crítica del megadesarrollo que estudió (García, 1979); sin embargo, esta dedicación al terreno de nuestro interés no sobrevivió a la llamada de otros temas, por lo que sus publicaciones al respecto fueron escasas.
Del otro lado del muro, para llamarlo de alguna manera, en las escuelas de turismo más consolidadas de universidades públicas, como en la actual Facultad de Turismo de la Universidad Autónoma del Estado de México o en el Instituto Politécnico Nacional, se empezó a sentir la necesidad de abrir líneas de investigación sobre turismo. Empero, la tarea no fue fácil, ya que los programas de estudio no eran muy adecuados para formar investigadores, por lo que fue esencialmente cuando se abrieron posgrados especializados o por iniciativas individuales que empezó a florecer la investigación.
En las universidades privadas la situación fue aún más difícil, toda vez que su principal actividad era la formación de jóvenes de clases acomodadas para tomar el mando de empresas turísticas. No obstante, en 1986-1987 en la Universidad Anáhuac, quizás la más elitista en ese momento, se dio una iniciativa del rector para impulsar la investigación, circunstancia que se enfrentó a una férrea resistencia de los profesores, por lo que la propuesta abortó, en buena medida también por el fallecimiento de su promotor.
No se puede pasar por alto el papel que cumplió el Centro Internacional de Capacitación Turística de la Organización de los Estados Americanos (Cicatur), que preparó contingentes de jóvenes latinoamericanos con una visión menos rígida del turismo que la que propiciaban las instituciones mexicanas. Profesores como Fabio Cárdenas (colombiano), Roberto Boullón (argentino), Miguel Ángel Acerenza (uruguayo), entre otros, fueron pilares de la formación impartida y todos autores de libros que marcaron a centenares de estudiantes.
Entre quienes se formaron en este contexto privilegiado, mencionaré particularmente a Manuel Rodríguez Woog (1957-2015), y a Sergio Molina Espinosa (1953-2016), chileno instalado en México, quienes fueron las piezas clave de una incipiente investigación crítica del turismo. Vale aclarar que su formación como licenciados en Turismo provocó que, a diferencia de algunos cientistas sociales como Valene Smith, que provenía de la antropología y la geografía, ellos defendieran el turismo sin por eso dejar de cuestionar la manera en que este se desarrollaba en México y por doquier: la crítica central se fue orientando al modelo de turismo de masas que había sido enarbolado por las autoridades del país como “la vía mexicana al turismo” siguiendo entonces el modelo de desarrollo turístico español, todavía lejos de ser vapuleado, como se puede notar hoy en día. Ambos autores, y quienes configuraron con ellos el grupo Nuevo Tiempo Libre, no solo se ubicaron en una posición crítica de las realizaciones en materia de turismo en México, sino que a la vez emprendieron la compleja tarea de repensar el turismo como fenómeno social desde diversos enfoques. Tal perspectiva de conceptualización desde las ciencias sociales o desde la teoría de los sistemas, en boga en esa época, ha dejado profundas huellas en la investigación mexicana del turismo, aun en la actualidad.
También es pertinente señalar el rol del Instituto Mexicano de Investigaciones Turísticas (IMIT), que fue creado el 5 de diciembre de 1962 e inaugurado por el expresidente de la República licenciado Miguel Alemán Valdés, quien fungía entonces como presidente del Consejo Nacional de Turismo (en esa época no existía aún la Secretaría de Turismo). Se propuso para realizar “una investigación técnica integral del fenómeno turístico […] puntos de apoyo para la planeación y programación de las actividades turísticas de un país” (IMIT, s/f, s/p), subrayando que el IMIT es considerado como “una institución universitaria y técnica” (IMIT, s/f, s/p). Su función fue “impulsar el desarrollo técnico de la industria turística en México” (IMIT, s/f, s/p), lo que sitúa su posición precisa frente a la investigación: ofrecer datos, estudios técnicos, asesorías, formación de recursos humanos y divulgación por medio de una investigación claramente aplicada. Si bien se trató de una institución dedicada a la investigación aplicada, no es menos cierto que fue la precuela de la organización de una reflexión sobre el turismo, que después tomará su propio despegue desde la academia.
Cabe apuntar que Manuel Rodríguez Woog y Eugenio MacDonald trabajaron en sus respectivas épocas en el IMIT e iniciaron investigaciones aplicadas que marcaron no solo la actividad del sector público sino que apoyaron la consolidación de la investigación académica.
El quiebre y la consolidación
Se puede ubicar el quiebre de esta situación incipiente y el comienzo de una nueva “era” para la investigación turística hacia la mitad de los años ochenta. Tres eventos académicos abrieron la puerta a impulsar el interés hacia la investigación turística y otorgarle una visibilidad muy necesaria. El primero, organizado por quien escribe este trabajo, se celebró en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, en 1985, y dio voz al equipo de Nuevo Tiempo Libre y otros investigadores no asociados permanentemente a la investigación en turismo. Se tuvo la suerte de que las ponencias pudieran ser editadas por la misma universidad (Hiernaux, 1989).
Poco después, la Universidad Anáhuac coordinó otro evento de resonancia limitada pero significativo de que se sentía la necesidad de analizar el tema a detalle. Las memorias del encuentro muestran cierto avance en la discusión del modelo turístico, aunque todavía limitado. El Primer Seminario Internacional, realizado en 1987, organizado y celebrado en la Universidad de Guadalajara, evidenció no solo la solidez de la institución y de la formación que imparte en turismo, sino también el éxito de esa primera convocatoria de gran magnitud. Salvador Gómez Nieves fue una pieza clave de este suceso. Lo notable es que la convocatoria atrajo la atención tanto de los profesores dedicados a la enseñanza del turismo, como de profesionales en ejercicio e investigadores de ciencias sociales no orientados con permanencia al estudio del turismo, en breve, una reunión ecuménica de enorme éxito. Si bien muchas ponencias formaban parte de lo que podemos llamar la investigación aplicada descriptiva, no es menos cierto que el impacto de la reunión fue muy relevante, y se puede afirmar que fue fundamental para la consolidación de una corriente de análisis del tema en el ámbito universitario mexicano.
El fortalecimiento de la investigación en turismo en nuestro país se debe a varios factores. La reducción del peso del estructuralo-marxismo en las orientaciones académicas fue un detonador importante, y el efecto de la caída del muro de Berlín, ciertamente, pero además una mayor apertura internacional de la investigación y el conocimiento de nuevas experiencias y desde tiempo atrás, dieron impulso a una visión mucho menos limitada de los procesos de sociedad.
Lo que ocurrió en los estudios turísticos fue entonces también el reflejo de un mayor interés por el individuo, por las dimensiones subjetivas del ser humano, con la emergencia de temas nuevos, por ejemplo los imaginarios, y de los trabajos cualitativos. La fuerte presión de los estudios culturales llegó también al turismo, aun si se reconoce con Carlos Reynoso (2000) que no todo es valioso en ellos.
Otro factor quizás menos evidente a primera vista fue la diseminación de destinos turísticos como efecto de la demanda del capital de nuevos espacios de acumulación y por las mismas políticas públicas. Los megadesarrollos, como se llegaron a llamar durante el sexenio delamadrista (1982-1988); posteriormente la voluntad del Estado mexicano de tomar cierta distancia en su intervención en el impulso de los grande proyectos (Cancún, Ixtapa, Los Cabos, Loreto y Huatulco), y la promoción de localidades menores a través del Programa Pueblos Mágicos han propiciado el interés por los estudios turísticos en no pocos centros de investigación (en turismo u otras áreas) ubicados en provincia.
De esta consolidación dan fe varias dimensiones. En primer lugar, signo inequívoco de producción académica es la proliferación de artículos y libros sobre el tema, y no únicamente los libros de texto de administración de puestos y demás de corte administrativo, sino también obras que recogen los hallazgos de las investigaciones terminadas, así como libros colectivos que reflejan la formación de relaciones más estrechas entre investigadores del tema. Varios artículos recientes han mostrado lo anterior en México (Monterrubio, 2016; Osorio y Korstanje, 2017, entre otros).
A la vez, la realización de eventos y la edición de memorias en línea o impresas y libros con selección de textos abonaron a la misma valorización de los estudios turísticos. Dicho en términos de estudios de mercado: los estudios turísticos se han vuelto no solo un campo en consolidación (no se puede afirmar aún que está plenamente consolidado), sino además uno “competitivo” frente a otros campos de estudio y “rentable” para los investigadores que buscan también reconocimiento a su labor y los consabidos apoyos para la misma a través de financiamientos a la investigación y la inserción en el Sistema Nacional de Investigadores.
Los retos actuales
La consolidación de los estudios del turismo representa un gran avance pero no está exento de retos que refieren a dimensiones muy distintas entre sí. A continuación se propondrá una breve síntesis de lo que se vislumbran como los aspectos principales que ponen en riesgo los estudios turísticos en el futuro.
El primero, y no el menor, es el fuerte componente de estudios aplicados con escaso andamiaje teórico y métodos no muy actualizados que se pueden encontrar sobre todo en las memorias de los eventos: para muchos estudiosos del tema, desarrollar estudios aplicados no es nada negativo. Este no es un problema solo de los estudios turísticos: la geografía humana, por ejemplo, mantuvo un fuerte debate al respecto, con autores a favor de una geografía totalmente aplicada (al servicio del Estado y de las empresas), como refleja la conocida obra de Phliponneau (1966), y otros, como Pierre George, que defendían una geografía crítica y comprometida con la sociedad (George, 1966).
De hecho, el desarrollo tecnológico actual, con la profusa disponibilidad de información dentro de lo que se ha llamado Big Data, además de la disponibilidad de métodos cada vez más sofisticados y tecnificados de análisis, incita a no pocos investigadores a refugiarse en el uso de los datos cuantitativos y la apabullante capacidad existente de análisis con métodos especializados. Asimismo, con el fuerte amorío entre, por una parte, las instituciones de tutela (y fiscalización) de las instituciones de educación superior y de investigación, y por la otra, la corriente técnica-cuantitativa, es evidente que esta tendencia se mantendrá y, aún más, se consolidará, salvo que se dé un giro radical en las políticas nacionales de investigación.
Otro reto o amenaza es el mismo carácter glamoroso del turismo. ¿Cómo resistir a la tentación de estudiar el turismo si este ha logrado un prestigio creciente que se refleja en el interés que le han prestado destacados académicos como Marc Augé, Zygmunt Bauman, John Urry y otros? Esto es, en esencia, uno de los resultados más siniestros del llamado posmodernismo, el cual incuba generaciones completas de personas que toman el tema a la ligera y lo usan como pretexto de viaje y de una escritura light. Carlos Reynoso ya había llamada la atención sobre este problema en su Apogeo y decadencia de los estudios culturales, una visión antropológica, del que se recuperan de la cuarta de forros estas palabras que se adecúan a la perfección con ciertas tendencias perversas de los estudios turísticos, que comparten –vale precisarlo– con otras disciplinas. El texto habla de “inconsistencias flagrantes” cuando señala:
las contradicciones entre sus gestos antidisciplinarios y sus pretensiones interdisciplinarias, entre su actitud intransigente y su prolija codificación de su ortodoxia, entre la anunciada riqueza de sus recursos metodológicos y su notoria improductividad teórica, encubierta por el despliegue de una jerga complicada [Reynoso, 2000, cuarta de forros].
Para no ser tildado de exagerado, se precisa que es una tendencia que solo se empieza a notar en los estudios turísticos, pero que puede extenderse. Va entonces la reflexión anterior como llamada de atención.
Lo que se acaba de expresar debe además ser ubicado en su contexto: la carencia todavía sensible, aunque menor que en los ochenta, de un marco conceptual sobre el turismo o quizás la falta de voluntad para ceñirse a un marco particular –lo cual exige más esfuerzo– también ha dado como resultado que muchos investigadores que se insertan en el turismo como campo de investigación ignoran los avances considerables realizados para conceptualizar el turismo o prefieren ignorarlos para llegar directamente a su tema particular y limitado, lo cual puede engendrar puntos de partida erróneos.
Para ilustrar lo anterior se tomará solo un ejemplo de una situación crítica actual, la llamada turismofobia. Este concepto está generalmente mal empleado porque confunde el proceso –el turismo– con su aplicación, la cual se reconoce que dista de ser óptima. Se puede elegir también la metáfora del rechazo al automóvil, tendencia a la cual las jóvenes generaciones se asocian con energía. ¿Es el coche el que debe ser criticado o el uso que se hace de él (uso individual mayormente para un solo pasajero)? ¿Su consumo energético o la dominancia de los intereses petroleros que inhiben lo más posible el empleo de combustibles alternativos? Si un coche se sube a la banqueta y mata alguien, no se le pone en la cárcel, sino al conductor que hace mal uso del vehículo. Si el turismo está mal empleado, por ejemplo para vomitar miles de turistas en la Rambla de Barcelona desde cruceros-ciudades o para rentar pisos sin discriminación y control para alojar turistas, ¿quién es el responsable? ¿El turista o los operadores del turismo?
Este es un simple ejemplo de la falta de un andamiaje conceptual adecuado, o de la voluntad de discutirlo abiertamente. Al igual cuando la Organización Mundial del Turismo define que las personas que se movilizan a otro lugar por razón de negocios son turistas, podemos observar, como bien lo ha hecho Miguel Ángel Acerenza, que los datos que nos ofrecen las instancias internacionales y nacionales/locales de turismo no son referencias certeras.
Sin embargo, la mayoría de los investigadores que se quieren adscribir al tema glamoroso de los estudios turísticos prefieren eludir las discusiones conceptuales –que, ciertamente, pueden ser interminables y cansadas– y ceñirse a lo obvio y usual.
Otra tendencia tampoco exclusiva de los estudios turísticos es el tema disciplinario/ interdisciplinario/transdisciplinario. Se ha gastado ya mucha tinta al respecto; vale agregar algo que nos parece fundamental: es imperativo partir del reconocimiento de que los estudios turísticos son un campo de estudio, un objeto de investigación efectivamente con muchas facetas interesantes, pero no una disciplina. Por ende, bienvenidos todos los aportes que provienen de disciplinas ajenas al tema pero que, por un motivo u otro, se han percatado de la importancia del asunto en un mundo en perpetuo movimiento. Sin embargo, es preciso adecuar los conceptos y posiblemente las metodologías de estas disciplinas para enfrentar la especificidad del turismo en cualquiera de sus manifestaciones.
No se puede analizar el turismo como si fuera la industria siderúrgica, por ejemplo; de allá que, en primera instancia, el término de industria turística no refiere al turismo en su totalidad, sino exclusivamente a las componentes del proceso turístico que son apropiados por agentes económicos que los ejercen para la ganancia. De nuevo estamos frente a una sinécdoque, para emplear una figura retórica convencional: tomar la parte como el todo. Vale señalar que su uso ha sido muy benéfico para impulsar el “sector” turismo (otra expresión que merecería una mayor atención conceptual), toda vez que implica a un conjunto de actividades productivas muy distintas entre sí (de la línea de aviación al paseo en lancha, por ejemplo) como si fueran encubiertas en una entidad única, una “industria”.
Injerencia estatal
En México, el Estado ha mostrado una pronta presencia en el turismo: tanto que ciertos políticos han intervenido en algunas actividades para su enriquecimiento personal; sin embargo, lo más importante es la existencia temprana de un cuerpo de políticos-técnicos que se ha formado para definir, poner en práctica y evaluar las políticas del Estado y, en parte, conducir las actividades turísticas hacia un grado de consolidación que no exhiben otros entornos de América Latina.
Estas personas han contribuido a que se crearan un marco legal, normas de operación, planes de desarrollo a escala nacional desde fechas tempranas, además de instituciones perdurables a pesar de altibajos en la concepción de la prioridad del turismo en las más altas esferas del poder.
Por ello, los funcionarios del turismo consideran que su forma particular de concebir la actividad, de orientarla, de pautar su desarrollo son indiscutiblemente las referencias de partida para cualquier acción o reflexión sobre el tema.
Esto ha provocado que los funcionarios del turismo, a lo largo del tiempo, hayan desarrollo posiciones generalmente cerradas con respecto a la crítica. Más aún, al ver extenderse un vasto campo de investigación en ocasiones crítica, han sentido la necesidad de ejercer un cierto control sobre el mismo. La no invitación de académicos a los foros oficiales, la no aceptación de la crítica a lo que consideran como un paradigma de gestión del turismo, la creación de estructuras de investigación paralelas a las que se construyen (con dificultad) desde los medios académicos, son algunos aspectos de esta injerencia que merece nuestra reflexión desde la academia.
Reflexiones finales
Los estudios del turismo en México han llegado a una mayor madurez, y no podemos más que felicitarnos por este avance considerable, aun si ha tomado varias décadas. Sería riesgoso ver solamente el vaso llenándose y no reflexionar sobre los diversos aspectos que se presentan como amenazas y de las cuales hemos hecho una rápida e incompleta reseña en las páginas anteriores. Por ende, esta nota de investigación propone, como cierre, unas muy breves consideraciones en torno a algunos puntos que nos parecen centrales para impulsar y consolidar la investigación del turismo.
Por un lado, la identidad del campo de estudio requiere fomentarse de manera más intensa. Participar en eventos de otras disciplinas con mesas temáticas, ofrecer publicaciones de calidad no solo en revistas de nuestro medio sino en el vasto abanico de disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales, evidenciar la calidad de nuestro trabajo, son asignaturas pendientes. Para ello, es imperativo un trabajo conceptual serio y permanente. El andamiaje conceptual que dará seriedad al campo de los estudios del turismo está lejos de haber sido plenamente construido. Podemos pensar en la metáfora de que todavía usamos tablas colocadas sobre botes de pintura en vez de un andamio profesional, con los riesgos de accidente que ello implica. Si bien la prueba/error es indispensable, la solidez de nuestro sustrato conceptual resulta una necesidad imperiosa.
Así pues, con estas bases conceptuales se podrán realizar estudios verdaderamente analíticos que trasciendan las fronteras de las descripciones reiteradas de datos, hechos y constataciones superficiales. Solo así, impulsando la calidad, podremos alcanzar una posición interesante entre las ramas de las ciencias que nos otorgue una visibilidad positiva en el medio académico.
A poco más de tres décadas del inicio declarado de la investigación turística mexicana, asumimos que hemos avanzado, pero que todavía una larga ruta nos espera, a la manera de un viaje turístico o de un peregrinaje como el de Santiago de Compostela: la ruta está trazada, el final es una meta, pero también el viaje en sí es una experiencia humana de altísimo valor.
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